
¿Será que uno los necesita para sentirse vivo? ¿O para no anquilosarse en la rutina? No he sido de retos épicos pero sí de concretar algunos que me cambiaron. Profundamente.
Siempre me sentí torpe con las máquinas y las herramientas. Me gusta conducir pero ni idea de lo que hay dentro del auto cuando abro el capot, excepción del “sapito” para limpiar el parabrisas. Puedo clavar un clavo o atornillar un tornillo pero si se trata de poner un tarugo ya terminaré rompiendo la pared. No sé si para desafiarme o porque me gustaba, pero decidí estudiar para piloto de avión. Impecable, obtuve la licencia y mi pecho se inflaba cuando divisaba la ciudad como juguete desde los 1500 pies. O cuando encontraba el aeródromo perdido en medio del Gran Buenos Aires. ¿Lo mejor? Revisar el avión antes de despegar y entender bastante bien el papel de cada pieza.
Había sido sedentario. Nadar me gustaba pero me daba fiaca ir hasta la pileta, cambiarme, ducharme. Iba al gimnasio un mes sí y el otro no. Hasta que un día, corriendo en una cinta, dije: “¿Qué pasa si sigo?”. Seguí. Una hora. Quizás no sea lo conveniente (hacerlo de un día para otro, digo) pero no importó: comprobé que las endorfinas existían. Me sentía feliz aunque rendido de cansancio. Me entusiasmé, hasta participé de un running team y de varias carreras. Sigo corriendo, muchos años después.
Hubo una época en que buscaba algo nuevo en mi profesión. Tenía la idea de una revista en mente que no me dejaba dormir. Entusiasmado, di vida a croquis, números cero, hablé sobre el proyecto con unos y otros. Había que decidirse. ¿Dejaba mi buen trabajo como periodista asalariado? Tenía la duda pero una vez que uno abre los ojos algo impide cerrarlos. Renuncié y publiqué la revista. Tres años, hasta que el 2002 se la llevó. Fui muy pleno en ese tiempo, valió la pena.
Disfruto, creo, jaquear la inmovilidad. Estar bien no significa estancarse sino jugar con lo nuevo y las alternativas. Y haber asumido mucho tiempo un rol -porque sí, por la razón que haya sido- tampoco implica una incapacidad genética para cambiar y darse cuenta de que no somos sólo el fruto de lo que fuimos sino también de lo que queremos ser.